martes, 29 de enero de 2013

Hidratos de carbono

Hay días en que me alimento sólo de tortilla
y otros como berenjena
turgente, como pechos de mujer
salada, carnes magras
tocino, glúteos, mariposas.

Hay días en que me rodean
los gorriones, y otros
en que no soy capaz de reír, de unirme
de abrir los portales, de escuchar el llanto
de los ausentes.

Hay días en que los dioses
me dan el primer verso
y otros en que me niegan todo
el sol, la paz, el agua, las naranjas azules de la tormenta,
incluso su silencio.

Hay días grises.
Hay muchos días grises, carecen
de reflejo alucinado,
del brillo imprescindible en las cosas que pasan.
Y pasa que soy
excesivamente vago y vaga
mente haragán para hablar de todos.
Hacerles memoria.
Darles nombre.

Pero siguiendo el hilo, bastará
con embancarse en un asiento público y mirar
con la parte trasera de los ojos para verlo,
todo no como es si no como será cuando hayan vuelto
los barcos que las chicas se ponen en los pies,
las serpientes que llevan algunos por calzado,
los gestos sorprendentes de los niños que huyen de la infancia,
el miedo que nos da la realidad,
la libertad,
la soledad,
las absurdas ceremonias que oficiamos cada día,
las cápsulas herméticas en que envolvemos nuestros sueños
o las carnes nerviosas de todas las veces que no hacemos el amor.

Y el ingenuo tesón con que seguimos despertándonos por las mañanas
para ver si nos toca comer
berenjena o mujer,
escribir un verso o ahogarnos de miedo y angustia,
temblar en un filo insostenible o llorar, reír
y gozar de emoción.

Bueno... tal vez sea todo mentira
y haya tan sólo días
inciertos
como hidratos de carbono.

martes, 22 de enero de 2013

Panteón

[Ando entretenido en un trabajo sobre César Vallejo, en este su panteón de 31 de octubre de 1937, cinco meses y medio anterior a su muerte. Probablemente agotado, enfermo, devastado por la realidad. No le hagan mucho caso. Deléitense en su intención sónica. Corran después a buscar más textos de este poeta rompedor magnífico que hacía plástico con la lengua. Dilaten sus oídos, amigos, queda poco...] 

                     PANTEÓN

    He visto ayer sonidos generales
mortuoriamente,
puntualmente alejarse,
  cuando oí desprenderse del ocaso
tristemente,
exactamente un arco, un arco iris.

    Vi el tiempo generoso del minuto,

infinitamente
  atado locamente al tiempo grande,
  pues que estaba la hora
suavemente,
  premiosamente henchida de dos horas.

    Dejóse comprender, llamar la tierra

       terrenalmente;
  negóse brutalmente así a mi historia,
  y si vi, que me escuchen, pues, en bloque,
  si toqué esta mecánica, que vean
lentamente,
  despacio, vorazmente, mis tinieblas.

    Y si vi en la lesión de la respuesta,

       claramente,
  la lesión mentalmente de la incógnita,
  si escuché, si pensé en mis ventanillas
  nasales, funerales, temporales,
       fraternalmente,
  piadosamente echadme a los filósofos.

    Mas no más inflexión precipitada

  en canto llano, y no más
  el hueso colorado, el son del alma
       tristemente
  erguida ecuestremente en mi espinazo,
  ya que, en suma, la vida es
       implacablemente,
  imparcialmente horrible, estoy seguro.

[Manejo la muy interesante edición crítica César Vallejo, Obra poética, coordinada por Américo Ferrari y editada en 1988 en la Colección Archivos ALLCA XX.]

martes, 15 de enero de 2013

Juego

                                                                  hasta que el reloj se quede
                                                                  vacío
                                                                  sin nombres.
                                                                  MERY MALAYA, Al reverso

Se cayó el zumo
Obra de Ana Mendieta
Silueta

1973-77 (México)
Por un momento todo
el líquido deshizo
su cauce en la madera.
Por él vino la torta
el coscorrón, el golpe.
La madre, que jugaba
con la máquina loca
tragaperras, lo había
avisado: verás
como lo tiras
te la vas a ganar!
(Y eso que ella ganaba
por un día).
            Así fue,
mas la niña parece
no haber sido sensible
al impacto del líquido: 
en realidad ya no
quería más...
Aquí sigue jugando
nadie sabe ya cuándo
dejará de jugar

lunes, 14 de enero de 2013

Recordar cosas (2)

Me acuerdo de Roma caliente y del tesoro tras la esquina, de la mujer que me regaló romero. Intenso, floreado, algo picante. A buen seguro era romero.

Me acuerdo de la masa de las pizzas, casi un pan. Y de Asís, casi piedra.

Me acuerdo de las ciudades de piedra, del delirio de la piedra. O tal vez del deseo. Me acuerdo de las piedras. Suelen estarse quietas.

Me acuerdo de la piedra que se movió, una vez. La golpeé por accidente y rodó anhelante hasta fracturar la guitarra de un amigo. Habíamos fumado algo. Luego fuimos a nadar. En el fondo del mar reposaban cientos de erizos. El mar era transparente.

Me acuerdo de que me besaste cuando no era transparente. Te sorprendió que rechazara el beso. Luego ya no fuiste transparente tú. Te encontré casualmente hace poco, lo recuerdo de pronto. Ahora sí te habría besado. Ahora sí te habría besado.

Me acuerdo de que anduve hacia una casa cuya habitación conocía, un dolor clavado en el pecho. No me acuerdo del dolor saliendo, hay cosas que no dejan marca. Llovía, era de noche, no supe luego cómo regresé. Los faros de los autos en la retina los recuerdo como si me rasgaran el alma, pero no recuerdo nada más.

Me acuerdo de la terraza del hotel en Tánger, de las carreras por los pasillos, de un conserje gigantesco que insistía, que nos metiéramos en las habitaciones. La luz de la ciudad era amarilla y espesa. Éramos cuatro y se nos pegó un quinto, un tipo extraño que se unió a la fiesta con la soltura de un junco. A primera hora de la mañana hubo cánticos religiosos. Me acuerdo del silencio de las estrellas.

Hay quien nos aseguraría el mundo si pudiera. La impostura anda con el culo fijado en los asientos y el abono adquirido de hace mucho, no parece dispuesta a abandonar la sala. Yo olvidé el deseo de que algo estuviera seguro mientras venía. Ahora la sala me parece abarrotada, no me interesa ser convidado de piedra en ningún evento.

Me acuerdo de que hay tantas estrellas en el cielo que ya no cabe casi ninguna más. Lo sé porque subí hasta las crestas altas. Exánime, anduve por las laderas tanto tiempo que creí que no alcanzaría las mejores vistas. Cuando llegué, quedaba poco hueco para mirar. Pero me pareció que no cabía casi ninguna más.

Si tuviéramos el mundo asegurado, sería inútil que olvidásemos nada. Al día siguiente, estaría todo allí otra vez. Recordar los modos de uso, seguramente, nos permitiría extraer el mejor partido, o todo el gozo. Es justo lo contrario de cuanto nos sucede ahora. Aprendes que la Verdad no existe y quizá por esto nada existe, eternamente. Nuestros recuerdos como fantasía. Sólo hay la certidumbre de que vendrá el azar.

Me acuerdo de que me prometí limpiar mis ojos de legañas cada mañana. Quise dejar en ellas las cosas sin sentido. Pero estoy tardando endiabladamente tanto en comprender el resto que a veces me olvido y salgo a la calle con legañas y todo. Recuerdo los días por los que he caminado así como un velo turbio, con intenso olor.

Floreado, algo picante.
Recuerdo que Roma caliente tiene tras la esquina una mujer que me regaló romero.

lunes, 7 de enero de 2013

Recordar cosas

Me acuerdo de que amanecía muy temprano en Praga y las calles eran frías.

Me acuerdo de apretar el dedo gordo del pie de mi hermano tanto que me hacía daño.

Me acuerdo de que recorrí tres kilómetros, según el cálculo de la distancia entre mi casa y el cole que hacía mi padre, corriendo detrás del coche de la profesora de informática. Ella tenía unos pantalones que me volvían loco, alguna verruga en la cara, una sonrisa de dos partes. Al coche lo había perdido ya tras el primer semáforo. No sé decir si la profesora supo que yo la seguía. Nunca en toda mi vida he vuelto a correr tanto.

Me acuerdo de que papá hizo merluza con patatas, a la gallega, y nos convenció de que su merluza a la gallega era la mejor. Mamá se había ido a casa de los abuelos, unos días. Poco más tarde, me acuerdo de que la cocina estaba en obras. Comíamos gracias a un infernillo de camping, en el que nunca, que recuerde, se nos pasó por la cabeza preparar espaguetis. La cocina había estado fuera, recuerdo que las obras fueron para meterla dentro.

Me acuerdo de la mesa verde, con banco en forma de ele, aprovechando el rincón. Hice varias fiestas con amigos, años después, en las que aquella mesa se convirtió en mesa. Cuando cobraba forma, era tan animada aquella mesa que rápidamente planificábamos los allí reunidos la fiesta siguiente. Ahora reposa, esta mesa, está sin trabajo. En la casa que mis padres, ya mayores ("viejos" les decía, lo recuerdo), se han hecho en el pueblo.

Me acuerdo del verbo hacer, tan útil para tantas cosas, como me acuerdo de respirar a cada rato. Me acuerdo de que todas las lecturas de lingüística no me traen recuerdos que valgan para algo.

Me acuerdo de que vale la pena seguir despierto. Me acuerdo de “Verti, Seguros para Gente despierta”, y me acuerdo de Lenine. Lenine dice “vou certo, de estar no caminho desperto”, pero Verti nos aseguraría si pudiera la vida eterna.

Si fuéramos eternos, sería inútil que nos acordáramos de nada. Seguramente preferiríamos olvidar cosas, para conseguir que la eternidad se tornase menos aburrida, para tener siempre algo que hacer, algo que aprender. Lo contrario nos sucede ahora, porque sabemos que se agota el tiempo. No queremos dejar nada pendiente.

Me acuerdo de que me prometí a mí mismo no tener la cara triste cuando viajo en el metro. Me acuerdo de  haberlo conseguido, pero a veces se me olvida. ¿Cómo era?, me pregunto. Y me acuerdo de que básicamente consistía en sonreír, incluso conscientemente, sonreír. Sonreír.

Me acuerdo de que, cuando sonrío, se forman dos lunas a los lados de mi boca, a veces donde vive la caída del bigote hacia la barba. Me acuerdo de que no me afeito mucho, pero a esto le resto importancia enseguida. Me acuerdo de que cuando me miro en el espejo, las lunas de los lados de mi boca son esas sombrillas con calefactor incorporado que tienen la paciencia de protegernos incluso del frío.

Recuerdo lo temprano que amanecía en Praga.
Y que las calles eran muy frías.

sábado, 5 de enero de 2013

Tierra caliente

Duermo. Mientras duermo, sueño

tus colinas deliciosas
tus líquenes en cucharas
en toboganes tu espliego,
por ellos desciendo suave
mente y mente te devoro

la arena de las rodillas
el esfuerzo de las piernas,
muerdo tus tobillos grávidos
recorro el tendón insólito
solito empeine que avanzo

salto hacia arriba y remato
la función en tu mirada
oscura, robusta, inédita
volcán que dormido sueña.

Sueñas. Mientras sueñas, vibran

mis tensas lajas de piedra
las lianas de mi selva,
de mis costillas las dunas
y está tan fuerte la tierra
en el ecuador salada.

¿Qué es esa fuerza dormida
que me recorre, famélica?
¿Qué me descarga de todo?
Planta atlántica que crece,
fuerza salvaje de hembra.

Todo se queda en silencio.
Y me demoro en el cuello
curva de tu savia nueva.
Despiertas. Que me contienes

no duermas, sigue despierta.