martes, 20 de noviembre de 2012

Ensoñación

En la luz amarilla, mortecina del cuarto
hay un niño agachado cerquita de un juguete.
Es una noria, vieja no por los años
sino por esa música mecánica, lejana
que cuelga en cada uno de sus brazos.
El niño hace a su mano partícipe del juego
y ella impulsa las palas, y gira gira gira
la noria en incesante movimiento,
la música de feria...

                           Acompasando el ritmo
con la bayeta sucia, en la cocina, solo,
yo estoy en mi doméstica tarea atardeciendo
el pensar ocupado en huecos pozos.
Entonces el ambiente de silencio profundo
es surcado en silencio por el sonido tímbrico 
del juguete que gira, estremeciendo el aire
y cruza mi memoria como el desván oscuro
haces de luz que atraviesan el polvo.

Entre el polvo descubro las casetas
de la feria y el hambre de salir a la calle.
Torpes abrazos, aquellas luces, besos
que no di bajo las palas
                           de la noria grande.
Y norias de juguete que no tuve.
Y tardes que de pronto recuerdo como si.

(Me olvidaba del niño: ya levanta la mano
y deja al juego solo, rodando por inercia
en la tarde amarilla como una ensoñación.)

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